A mi los virus

Tras varios años atrincherado, los virus han roto mis defensas. Tengo la gripe. Mejor dicho: LA GRIPE. Dos días en casa hecho unos zorros, tragando pócimas infernales y pastillas de sospechoso sabor a cemento. Aggggggg. ¡Qué asco! Hasta quiero volver al trabajo con esta cabeza que pesa dos quintales. ¿Estás resfriado? Do, es gribe.

Pues que iba yo ayer al médico, a pedir ayuda urgente tras una noche de batientes dolores de cabeza y fiebre desmedida, cuando me topé con una acaracolada fila de enfermos que pacientemente aguardaban turno para pedir una ansiada cita con el médico. En pocos minutos comprobé que más de la mitad compartíamos infortunio, toses y estornudos, amén de algún amenazante retortijón que otro. Un médico avezado habría subido al mostrador, habría auscultado a un enfermo cogido al azar y habría repartido recetas para todos los demás sin temor a equivocase. Pero el sistema es terco y larga la cola.

La fiebre discurría entre bostezos y estiramientos. Los temblores montaban en una fría corriente de aire que laceraba los cuerpos. –Guarde mi turno, por favor, que no me tengo en pie.

- ¿Qué hora prefiere?

- ¿Buedo elegi? ¡Cof, cof!

- El jueves sí

- Bedo yo la quiedo hoy. ¡Atchiss!

- Hasta el jueves no queda hueco. Si está muy mal vaya a urgencias.

- ¿Y quién me da la baja? ¡Srlup. Cof, cof!

- Su médico de cabecera, el del jueves.

- ¿Con cadácter detodoactivo? Atchis, atchis, atchis

- Joder, Jesús. Tendrá que convencerle. Pero vaya a urgencias, hombre, que está muy mal.

- Bueno, gacia. Cof, cof.

Después de una hora de cola para conseguir una cita inútil y de DOS más para que me atendieran en urgencias, el médico de turno me escuchó, me miró la garganta, me dio un palmadita en la chepa, una receta y un consejo: “deberías estar en la cama, hombre”.