Me voy a Cuba

El verano se está acabando. La gente regresa y cuenta sus viajes. Muchos me cuentan su estancia en Cuba. Playas por aquí, mojitos por allá, cuerpos esculturales, ligues, castrismo.... ¿castrismo?.

España es un exportador principal de solteros, divorciados, gays, comunistas, proxenetas, turistas y curiosos. Cada año aumentan los vuelos con destinos no siempre cercanos a las playas, que por cierto es cosa difícil en una isla.

De todos las motivaciones para visitar otra tierra, la sexual es la más execrable y repulsiva que me puedo echar a la cara. Así se lo hago saber a los que baboseando me enumeran las conquistas de su viaje.

La siguiente en la lista es de la autoafirmación. El divorciado o el homosexual que se monta en el avión para realizar su personal sesión sicológica, olvidando por completo la vejación que está a punto de cometer. El egoismo terapeutico.

Pero existe otra motivación que cada vez tiene más adeptos y que aumenta con cada aparición de Castro en las televisiones. Castro envejece y se acerca el día que Cuba cambiará de presidente o de régimen. Cuba ya no será igual, será otra cosa. Ya no será la Cuba de Fidel. Es un temor que corre entre los políticos de asuntos exteriores y entre los turistas. Por eso hay que ir a verla ya, de inmediato. Hay que conocer la Cuba de la represión, la de la pobreza, la del embargo. Hay que visitar esa Cuba donde el amor hambriento se desnuda velozmente, el amor eterno de las maletas ya cerradas por si acaso. Tiene tirón este Castro.

A lo mejor no buscaban sol y playa las suecas.