Los pollos de la modernidad

Once monjas de clausura enferman al comer pollo precocinado. Dicen que los habían comprado para hacer una fiestecilla. Supongo que también irían al Carrefú a recoger algunas tortillas y unas pizzas de atún y queso extra. Espero que no compraran dulces pues el negocio de la repostería de claustro y torno quedaría en entredicho.

La modernidad llega todos los rincones. A mi se encendieron las alarmas cuando vi luces de libre y ocupado encima de los confesionarios. Y qué decir de las velitas automáticas. Cualquier día veremos a los santos con mechas.

¡Pollo precocinado en un convento! Cómo no imaginar el sonido del microondas al finalizar la coción. Las bandejas preparadas para trincharlos. Ese olor pegado al hábito de la madre superiora mientras pide una fuente más grande para que no se caiga ese caldillo oscuro. Le han dado fiesta a la madre cocinera. Está ya mayor, la pobre. Ya hacía tiempo que el cuello de los pollos se le resistían. Además, seguro que la falta de vocaciones hacía casi imposible el mantenimiento del huerto y de la pequeña granjita de gallinas y conejos. Hay que amoldarse a las circunstancias o desaparecer. Y si la cosa va bien con las delicias de Navidad, ¿subcontratarán el amasado?